En nuestra visita a Seúl nos ocurrió un acontecimiento extraordinario por la increíble historia de Rodrigo de León, un marino español del siglo XVI, con quien nos encontramos allí.
El día que lo conocimos visitamos el Palacio de Gyeongbokgung, que fue construido en la dinastía Joseon en 1345. Mi mujer se había hecho la promesa de vestir el Hanbok, el vestido tradicional coreano y pasear por los alrededores del palacio. Lo hizo con mucha naturalidad y elegancia, hasta el punto que consiguió la admiración de muchos coreanos que no paraban de hacerle reverencias y tomarse fotos con ella. Contaba que ni en sus años de juventud, que ocasionalmente posaba de modelo, había causado tanta admiración.
Después de allí nos fuimos a la plaza Gwanghwamun donde se encontraba la estatua de Sejong el Grande y del Almirante Yi Sun-Sin, lugar de rodaje de algunas escenas del k-drama coreano Recuerdos de la Alhambra. Nos sentamos en los alrededores de la imponente figura del Almirante Yi Sun Sin, rodeada de gente que le hacían reverencias al igual que al rey Sejong.
A lo lejos vimos como un hombre con un porte caballeresco se acercaba hacia nosotros. Vestía con una mezcla de atuendos antiguos y modernos, de colores negros y grises, ofreciendo una imagen majestuosa mientras se aproximaba con su andar erguido y parsimonioso. Cuando llegó a nuestro lado dijo “¡Bienhallados, nobles españoles! Que la gracia divina ilumine vuestro camino en este nuevo encuentro. Soy Rodrigo de León, testigo de tiempos lejanos, y os saludo con respeto y honor”. Nos quedamos atónitos con sus palabras en castellano antiguo.
Una vez que el individuo estaba mas cerca, pudimos observar con mayor atención su aspecto. Su cabello era largo, de un tono castaño que caía en ondas que enmarcaban su rostro con gracia. La barba, cuidadosamente arreglada, añadía una dosis de autoridad junto con su mirada profunda y tranquila, que reflejaban una historia personal al menos inquietante. Su apariencia era a la vez moderna y antigua como una fusión de diferentes épocas que irradiaban una necesidad de saber si detrás de él había alguna leyenda. Y en efecto la había.
Se sentó junto a nosotros y empezó a contarnos su espeluznante historia. Nos relató que él era originario de Torazu, Asturias, un hidalgo de escasos bienes que se había enrolado en la expedición de Antonio da Mota hacia Japón en 1543. Contaba que a la altura de la isla de Tanegashima, los dos barcos de la expedición se dejaron de avistar por una fuerte tormenta. El barco de Rodrigo se separó y acabó hundiéndose a 800 km de la isla de Tanegashima justo en las costas de Corea, en la actual Corea del Norte, en el año 1543. Fue el único superviviente del naufragio de su barco, alcanzando la costa extenuado y sin saber dónde se hallaba.
Apurado por la sed y el hambre se introdujo en el interior de la espesa vegetación que bordeaba la playa. Caminó sin rumbo durante días hasta el punto de desfallecer de hambre y de sed cuando cayó dentro de una fosa de una gran profundidad. Perdió la poca noción del tiempo que tenía hasta que recuperó la conciencia. Cuando sus ojos se adaptaron a la oscuridad observó unas figuras resplandecientes que oscilaban levemente. Rodrigo las examinó detenidamente. Lo más sorprendente, narraba Rodrigo, que de los seres luminosos emanaba una paz celestial, lo que le hizo sospechar que estaba muerto.
Rodrigo de León los describía como seres ancestrales formados de lava y roca ígnea. Sus cuerpos estarían formados por la fluidez incandescente de la lava solidificada y la dureza de la roca. Resplandecían con un fulgor interno, emitiendo una luz que reflejaba una magia intensa y desconocida.
Estos seres tenían formas imponentes, cuyos contornos parecían esculpidos por el mismo fuego de la tierra. Su presencia inspiraba respeto y reverencia, con movimientos que sugerían la calma de las eras geológicas. La lava que fluía en el interior de sus cuerpos, le sugirió a Rodrigo, una conexión con la fuerza primordial de la tierra.
De repente, los seres ancestrales, que emitían una estampa majestuosa de lava y roca ígnea, se dirigieron a Rodrigo de León con voces resonantes, que parecían susurrar secretos de la tierra. Con palabras impregnadas de antigua magia, le dijeron:
"Hijo de la exploración, testigo de las eras que despiertan y se desvanecen, te concedemos el don de la inmortalidad. Que tu existencia trascienda los límites del tiempo, llevando contigo las huellas de las eras que has cruzado. Serás el guardián de historias perdidas y el viajero perpetuo entre las eras. Que esta magia ancestral te guíe en tu eterno camino."
Así, en un momento efímero pero eterno, según contaba Rodrigo, fue tocado por la esencia de la inmortalidad, marcando el comienzo de una vida que abrazaría siglos y sería testigo de la continua transformación del mundo. Explicó Rodrigo que nunca más tuvo necesidad de comer ni de beber.
Después de relatarnos el origen de su inmortalidad, nos describió muchos eventos de la historia de Corea desde la mitad del siglo XVI hasta la fecha. Nos habló de la época de la dinastía Joseon, del confucionismo de la sociedad coreana, de la segunda invasión japonesa muy cruenta hasta la liberación y partición de las dos Coreas. Le pregunté si había estado en la guerra de Corea entre el norte y el sur, lo que me contestó afirmativamente pero con un cierto halo de tristeza.
Cuando la conversación estaba llegando a su fin, le preguntamos por qué nos contaba su historia tan personal y nos explicó Rodrigo que se sintió atraído a compartirla con nosotros al notar nuestra procedencia española. Al encontrarse en Seúl, una ciudad lejana a sus orígenes en España, la presencia de compatriotas despertó en él una nostalgia por sus raíces. La identificación común como españoles podría haber creado un puente cultural que hizo que se sintiera más cómodo compartiendo sus relatos, sabiendo que la historia y la herencia común podrían generar un interés genuino en su fascinante odisea inmortal.
Rodrigo de León, después de comunicarnos sus relatos inmortales, se despidió con solemnidad y respeto. Con una inclinación ligera de la cabeza y una mirada que reflejaba siglos de experiencias, expresó:
"Que vuestro camino esté marcado por la fortuna y la sabiduría, nobles compatriotas. Que las eras os sean propicias, y que encontréis en cada día un nuevo capítulo digno de ser contado. Hasta que el tiempo nos entrelace nuevamente, en esta eterna danza de la existencia."
Con estas palabras, Rodrigo de León se retiró, llevando consigo la esencia de su inmortalidad y la riqueza de sus vivencias a través de los tiempos.
Por supuesto, nosotros nos quedamos completamente incrédulos pero nos encantó su historia, pasando un rato muy agradable con este personaje de la profunda Seúl.
Después de aquel día no le dimos importancia a lo ocurrido hasta que fuimos a la zona desmilitarizada, que es la frontera entre Corea del Norte y Corea del Sur, técnicamente en guerra en la actualidad.
La zona desmilitarizada forma parte de un evento turístico de gran envergadura en Corea del Sur. Desde un observatorio se puede avistar un poblado de Corea del Norte con su peculiar bandera. Se puede visitar el tercer túnel de los túneles excavados para invadir a Corea del Sur en los años posteriores a la guerra y una visión panorámica de la zona desmilitarizada desde la góndola de la paz . Al final de ese trayecto se encuentra un museo de la guerra de Corea con numerosos objetos, fotos de los héroes y de los soldados que habían luchado para contener el comunismo.
La visita al museo fue impactante. Nos detuvimos en una de las fotos que databa del año 1951 donde se mostraban a unos soldados coreanos y sobresalía una figura imponente. ¡Era Rodrigo de León inconfundible con su barba su pelo ondulado! No dábamos crédito, Rodrigo no nos había mentido, era un ser inmortal que había luchado en la guerra de Corea. Pudimos tomar una foto con el móvil de los soldados coreanos junto con Rodrigo para contar esta historia en España, sabiendo que nadie nos creería.
Los días posteriores buscamos a Rodrigo por todo Seúl pero no lo encontramos. Tampoco la gente de Seúl había oído hablar de él salvo un maître del hotel donde alojábamos. Nos contó que su abuela originaria de Corea del Norte, le narraba una historia de un marinero extranjero que era inmortal, pero no nos dio más detalles.
Antes de despedirse aquel día en la plaza de Gwanghwamun, Rodrigo de León nacido en Torazu, nos dio un mensaje para sus compatriotas escrito en un papel. Ese es el único favor que nos pidió. El mensaje decía:
"Hermanos y hermanas de mi tierra natal, desde los confines de los tiempos, os envío saludos. Que sepáis que, a pesar de las distancias y de los siglos que nos separan, mi corazón aún late con el eco de nuestras raíces compartidas.
Recordad siempre la importancia de la unidad, del amor por nuestra tierra y de la exploración constante. La vida es una travesía llena de desafíos y descubrimientos. Que vuestras historias se conviertan en un legado valioso para las generaciones venideras.
Nunca dejéis de explorar, de aprender y de abrazar la riqueza de vuestra herencia. Que la llama de la curiosidad y la sabiduría siempre arda en vuestros corazones. Hasta que el tiempo nos entrelace nuevamente, llevad con orgullo el estandarte de nuestra historia y recordad que, aunque los siglos avancen, nuestras raíces permanecen inquebrantables."
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